Diego es una persona especial, muy especial. Se formulaba preguntas del tipo:
¿Por que con mis abuelos no puedo hablar de mi pasión por el sexo anal?
¿Por que con mi jefe no puedo hablar de que mi curro es una mierda y que
quisiera cobrar como el?
¿Por que con mi novia no puedo hablar de mi pasión por el sexo anal?
¿Por que no puedo decirles a mis amigos que tengo cajas llenas de cosas que
algún día me podrían hacer falta? pero que solo eran eso, cosas hijo, cosas.
Diego se encontraba en el bar de la rotonda de su pueblo, y se acerco a un
cabagliero con chaqueta roja, pelo canoso, bastante atractivo, y le pregunto:
-Disculpa, ¿me da fuego?-dijo amablemente. Como no -respondió sumiso
el poseedor del prendedor.
Diego encendió su cigarro y seguido se miró los bolsillos: Mira hombre,
¿quiere un caramelito?, me gustan mucho, los tengo de muchos sabores, lo
tengo de piña, ¿lo quiere de piña?, también tengo sugus, de piña también,
¿quiere?, señor por favor, ¿quiere?, señor. Mira, la gente trata muy mal a
la fruta en general, pero lo de las piñas no tiene nombre, tengo en el maletero
¿se las muestro? me encantaría enseñárselas, por favor.
Diego, presuroso, arrastró al señor rojienchaquetado a su vehículo, abrió el
maletero, y ahí encontró un tesoro.
Mire -dijo Diego señalándole una de entre las 12 piñas que tenia acomodadas
en su maletero- esa se llama Gwendolyn, lleva poco tiempo con nosotros. Esta
es Ana Nas, es extranjera, disculpe su comportamiento...
El hombre corrió a la barra sin mediar palabra y grito: ¡MIRAD A ESE TIO!,
¡TIENE MUCHISIMAS PIÑAS!.
Repentinamente todo el bar salió a aplaudirle y a vitorearle. Salió por la puerta grande
de la Maestranza y le hicieron Rey de Inglaterra.
Moraleja: Así te quedas con un mechero y tan invitao a una birra.
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